miércoles, 9 de julio de 2008

PARTICULAS DE ETERNIDAD por Nancy Fernández

Vidas breves
Fabián Soberón
Simurg, 2007
96 págs.


El nuevo libro de Fabián Soberón titulado Vidas breves se hace cargo de una larga tradición en el género de las biografías: así va de Diógenes Laercio a Guillermo Cabrera Infante, de Marcel Schwob a Jorge Luis Borges. Pronto advertimos algo más que un ajuste de cuentas con los ancestros, más allá del minucioso trabajo que sella la legitimación del legado libresco. La tapa de esta primera edición a cargo de Simurg es un modo de plantear el doble en el espejo, que, a tientas y de espaldas, permanece incompleto. En la aporía de haber nacido y no ser nada, la escritura realiza un intento, más allá de malograrse previsiblemente en la derrota, tal como sugiere el reverso de la firma en el prólogo de Arturo Serna. Cuando Ciorán, uno de los filósofos biografiados, cierra sus ojos por última vez, es el mundo es el que deja de existir –y no a la inversa–. Como si el nombre se convirtiera en partícula de eternidad, la adjetivación justa y precisa de un tiempo “lerdo” sugiere un transcurso demorado en sintonía con la intensa puntualidad de un destino. El universo fija su clave en la trama secreta del tiempo y del espacio.
El ajedrez puede ser metáfora y motivo de la estrategia diseñada para obtener el don del sentido, la razón de la vida de artista y la pulsión de ser desde el horizonte del mundo. En esta línea podemos pensar la funcionalidad de los epígrafes iniciales que invocan, como autor y personaje, a William Shakespeare: teatro y máscara, disfraz y actuación, señalan la eficacia del acto vital por antonomasia: la inscripción decisiva del albur. El autor funde su experiencia con la de sus artistas, haciendo de su escritura el disparador lúcido de una cámara en procura de la intensidad. Así, la brevedad adquiere su forma, su sentido y su fortuna. En esta senda se combinan la fatalidad del no saber que el azar dispone para Basho, Séneca y Caravaggio y los destellos que, entre Oriente y Occidente, conciben el enigma de ser la sombra de otro. Giordano Bruno, desistiendo del favor de la ciencia, también convoca la semejanza de un final por la fe, atento al propio crepitar de la piel y la madera. Los caminos que toman Li Po o Montaigne muestran la soledad extrema de la intemperie que Soberón desanda con atención en páginas reveladoras. Saber y no saber escanden la epifanía del universo frente a su misterio.
El autor, entonces, adopta una posición de empatía, figurando el instante definitivo que marcará la duración de cada nombre propio. Borges es un referente de Vidas breves a la hora de pensar en técnica y estilo. El oxímoron tiene una frecuencia considerable si prestamos atención a la cesura que junta y separa vida y muerte, tela delgada y próxima a la vez: susurro ininteligible que se revela en el punto preciso de la biografía. Es allí donde la sintaxis, impecable, remeda el intento por tomar el perfil justo de una escena, la exactitud de una palabra y del ritmo de la puntuación. Aquí, la mirada concentrada del narrador vacila, al modo de Borges, entre la omnisciencia y la incertidumbre.
Ciencia, historia, filosofía y artes –las letras, la pintura y la música– prestan forma al desafío oracular del mundo, allí donde el Támesis, el Rhin, el Sena y el Río de la Plata son los testigos oficiantes de las partituras más memorables.

No hay comentarios: