La edad de nuestra sombra
Por César Juárez
La tumba de los viajes
Javier Foguet
Córdoba, Ediciones del Copista, 2006
59 págs
Hugo Friedrich ha dicho que la poesía selecciona este o aquel ámbito adjudicándole ciertos “movimientos, decursos, y significados que aquél no tiene primariamente”. En suma: la poesía – o más bien cierta poesía – no hace sino poner “acentos” y “límites” a lo real. Es precisamente en este gesto donde se cifra la escritura poética de Javier Foguet (1977). La tumba de los viajes – primer poemario del autor – es, en este sentido, un minucioso recorrido por espacios casi metafísicos. Digo esto no porque el poeta nos hable de un mundo de ideas imperecederas; sucede aquí todo lo contrario: lo contingente adquiere, en sus veinticinco poemas, una página que se resiste a morir. Leamos: “Has dispuesto el jardín, / la ringlera de arces, el fresno/ parecido a un arbusto del techo, / la constelación de liquidámbar / en el centro / de modo que nunca hubiera, para nuestros ojos, / la dureza de una luz intacta”. Se diría que la discreción retórica, en Foguet, deviene axial: enumeraciones, metáforas e imágenes se engarzan en los poemas con notable precisión.
Diecinueve poemas del libro están titulados; los otros seis, no. De los primeros guardo para mí “El extranjero”, “La noche”, “La tumba de los viajes” y “Elegía”. Del segundo grupo me demoro en aquel poema que encierra entre paréntesis, como si fuera un mínimo cuenco, las siguientes palabras: “(En las maniobras básicas/ te arrodillabas junto al árbol/ lo horadabas/ buscando el centro)”.
Cabe aclarar que Foguet había publicado ya una selección de sus poemas en el Nº 13 de la revista Fénix. Composiciones suyas han aparecido, además, en las antologías Señales de la nueva poesía argentina (2004) y Hotel Quequén (2006). La tumba de los viajes, por su parte, es el volumen Nº 37 de la colección Fénix dirigida por el poeta cordobés Pablo Anadón. El mismo que, en la solapa del volumen, reconoce en la escritura de Foguet: “una luz cierta, una cadencia definida”.
Si hubiera que sintetizar – en pocas palabras – la poética del autor de La tumba de los viajes, bien podríamos asomarnos al pozo de sentido que se abre en una línea del poema homónimo: “Siempre hay lugares que son el fin del mundo”. Como diría Roberto Juarroz: “La poesía es una arena tan sensible que registra la edad de nuestra sombra”.
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