martes, 25 de marzo de 2008

RESEÑA

La otra conferencia
Por María José Cisneros

La conferencia de Einstein
Fabián Soberón
Universidad Nacional de Tucumán, 2006
196 páginas


Aún cuando la experiencia del caos sea nuestra experiencia más inmediata, y tal vez por ello, más auténtica, no nos resulta posible renunciar a la búsqueda de unorden. Permanentemente estamos abocados a la tarea de encontrar un sentido a la intemperie que nos rodea y nos constituye. Así lo pone de manifiesto “La Conferencia de Einstein”, una novela profundamente metafísica, en la que la búsqueda de un fundamento, de ese principio rector y dador de sentido que los griegos denominaron arkhé, constituye el hilo secreto de su estructura múltiple y fragmentaria.
Cuatro son las historias que en esta novela se narran. La primera y más importante es la de Ariel Soldati, un joven rosarino que llega a Tucumán buscando a su padre y comienza, de este modo, un viaje de iniciación de la mano tanto de Berg ( un profesor de matemáticas que cree en el orden matemático del mundo y apuesta por un orden semejante en lo social) como de la mano de un delirante astrólogo (personaje artliano éste que sueña con fundar una sociedad secreta de la que formen parte todos aquellos que “acepten la sociedad miserable en la que viven y quieran vivir como perros, sin demasiado coraje, con la única pasión que necesitan, que es la de querer averiguar lo que ha sucedido en el pasado para ver lo que vendrá”). La segunda de las historias transcurre en torno a los escritos y diálogos que establecen un pintor y un filólogo, los cuáles si bien discurren a propósito de la historia del arte y la literatura, van más allá porque realizan además una lúcida reflexión acerca de la necesidad de refundar la Argentina. Ubicado en 1950 en un observatorio astronómico de La Cocha, el tercer relato gira alrededor de las anotaciones que realiza Antonio Soldati acerca de la relación que lo une a Ricardo Klement, un misterioso personaje que proveniente de la Alemania nazi se oculta en ese recóndito lugar del mundo. La última, a la que hace alusión el nombre de la novela, es una historia especular porque se refiere, por un lado, a la conferencia que dio Albert Einstein cuando en 1925 visitó nuestro país, y por otro, a su reverso: la conferencia que para inaugurar la Academia de Ciencias de la Argentina dio Rawson, un médico que habló acerca del movimiento de los planetas, que habló acerca de un asunto que desconocía por completo.
Sin llegar nunca del todo a encontrarse, estas cuatro historias se tejen y destejen paralelamente a lo largo de la novela. Sin embargo, no es forzado decir que hay entre ellas cierto “aire de familia”. Aire que el lector más que comprender, respira porque al igual que los personajes, experimenta la imposibilidad de dar con un cosmos. Esto lo lleva a transformarse en un miembro más de la sociedad secreta de “fracasados consentidos” que pretende fundar el Astrólogo porque al continuar leyendo la novela “ha aceptado sin más” la fragmentación formal, pero sobre todo ontológica, que está propone.
Desafío este al que Fabián Soberón emprende con valentía y del sale sin duda airoso, logrando inscribir su novela dentro de la gran tradición de la novela argentina (Artl, Marechal) a la que Ricardo Piglia se refiere como aquella que cruza la “tranquera utópica de Macedonio Fernández”. Tranquera que lejos de intentar buscarla presencia de la realidad en la ficción, busca la presencia de la ficción en la realidad, apostando de este modo, a lo que vendrá, es decir a la utopía.
No es casual, en consecuencia, que la novela de Fabián Soberón se titule “La Conferencia de Einstein” en lugar de “La Conferencia de Rawson”. Título este último que le cabría en tanto resulta esta falsa conferencia una perfecta alegoría sobre la posible inconsistencia de todo fundamento. Fundamento que es buscado obsesiva e infructuosamente por Ariel a través de la figura del padre, por el Astrólogo a través los espíritus del pasado, por el filólogo y el pintor a través de la literatura y el arte. Cada cual, a su modo, está lanzado a esa tarea que se revela imposible, pero al mismo tiempo vital. Cada cual repite, a su modo, aquello que el autor dice que hizo Rawson:”arremeter sobre un asunto complejo con una hipótesis delirante”.
A pesar de ello, a pesar de ser Rawson y no Einstein el arquetipo de los héroes trágicos de la novela, es al brillante científico a quien se refiere el título. Creo que esto puede ser interpretado como una apuesta metafísica que hace el autor, quien parece querer decirnos que la clave a nuestro dilema, no está en el pasado como cree el astrólogo, no está en la búsqueda de un origen – que puede ser fallido como el de Rawson- , sino antes bien, en apostar a su contrario: al futuro, a la utopía, que como sostiene el Profesor Berg, está en las matemáticas porque:
“Un matemático explora un problema, busca ansiosamente algo que no sabe cómo resolver. No sabe lo que puede encontrar. Cuando encuentra algo, cuando descubre un nuevo teorema, tampoco sabe para qué se utilizará ese teorema.Un matemático está lidiando con lo imposible. Inventa un universo futuro, un universo para el futuro. Y ese futuro, esa invención maravillosa dirige en esa dirección a los que siguen.En este sentido, las matemáticas están ligadas a la utopía. Una teoría matemática tensiona desde el futuro a los que buscan.”

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