miércoles, 9 de julio de 2008

EDITORIAL N° 2

Año 2 Número 2
Por María José Cisneros


No pocos son los que conciben al patrimonio cultural como un conjunto de antiguos monumentos que evocan un pasado lleno de esplendor, como un archivo de preciadas reliquias que nos fueron transmitidas de generación en generación y que por ello debemos evocar y conservar. Sin embargo, mucho más abarcativo, complejo y vívido es éste. Por una parte, porque no sólo está constituido por bienes culturales tangibles como los edificios, los panteones o las obras de arte, sino también por bienes intangibles como las tradiciones, las costumbres o las mitologías de una cultura. Por otra parte, porque lejos de ser siempre idéntico a sí mismo, el patrimonio cultural va modificándose y, sobre todo, resignificándose conforme las valoraciones que con el paso del tiempo los diferentes grupos sociales –especialmente dominantes– van haciendo de él.
Tradición selectiva es el concepto que el sociólogo cultural Raymond Williams usa para designar a ese proceso mediante el cual, desde el presente, se seleccionan y acentúan ciertos significados y prácticas del pasado, mientras se olvidan otros, a fin de legitimar histórica y culturalmente el orden socio-político vigente. De donde se sigue que aquello que suele presentarse como “la” tradición, “el” patrimonio cultural, no es más que una versión del pasado, que en función de ratificar su poder, los grupos hegemónicos buscan imponer.
En una sociedad democrática la tradición selectiva debe ser fuente continua de disputa, debe dar lugar a un campo de debates permanentes entre los diferentes sectores que la constituyen. La construcción de la memoria colectiva, la discusión y decisión de cuál es nuestro patrimonio cultural, son tareas que no pueden ser dejadas sólo en mano de las instituciones estatales. Éstas, si bien tienen la responsabilidad central de mantener y difundir nuestros bienes culturales, no pueden ser las únicas defensoras y promotoras de ese legado. En una sociedad que, como la nuestra, se pretende pluralista, la ciudadanía debe comprometerse y ser capaz de generar espacios desde los cuales disputar la hegemonía cultural y ayudar a construir una memoria colectiva que de cuenta de la riqueza y diversidad cultural que nuestro país posee.
Mil trescientos kilómetros. Escrituras desde la frontera aspira, desde el NOA, desde esta región marginal respecto de los centros del poder, a constituirse en uno de esos espacios. De allí que, no sea una revista que se proponga como mera agenda cultural sino, antes bien, como un lugar de reflexión y discusión crítica de las producciones culturales de nuestra región. Quienes la impulsamos consideramos que es fundamental conocer con mayor profundidad el patrimonio cultural del NOA y volver a examinarlo críticamente para poder, entonces, resignificarlo y reconocernos en él. En este sentido, elegimos recordar y difundir en cada número –a través de la elaboración de un dossier y un corto documental– la obra de algún artista de nuestra región que a nuestro entender merece, por su reconocida calidad, formar parte del patrimonio cultural, no sólo regional sino también nacional. Es decir, buscamos desde este pequeño espacio contribuir a la tarea de construir entre todos –entre el interior y Buenos Aires, entre las instituciones estatales y los diferentes sectores sociales– una tradición cultural más plural, desde la cual sea posible proyectar una Argentina cultural, política y económicamente más inclusiva.
Semejante propósito no puede, sin duda alguna, ser llevado a cabo por unos pocos. Sabemos que es de vital importancia la presencia de diferentes voces críticas en nuestra revista. Al respecto, nos sentimos felices de haber sumado colaboradores en este segundo número. Es nuestro deseo que esta participación siga creciendo, que las páginas de Mil trescientos kilómetros. Escrituras desde la frontera se tiñan con los colores y las tonalidades más diversas. Buscamos la policromía –apostamos a ella– porque estamos convencidos de que es en la diversidad donde una cultura respira y se expresa, se reconoce a sí misma, permaneciendo siempre viva, siempre fértil.

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