viernes, 12 de diciembre de 2008

LA PUNTUACIÓN DEL SILENCIO por César Juárez

Cuaderno del expósito
David Lagmanovich
México, Cuadernos de Norte y Sur, 2001
44 págs.

En “De oscuridad en oscuridad”, Paul Celan escribe: “Abriste los ojos — Veo vivir mi oscuridad. / La veo hasta el fondo: / aún allí es mía y vive”. Pues bien: Cuaderno del expósito parece estar estructurado a partir de un dispositivo análogo al que dejan entrever las líneas arriba citadas. En este “poemario”, precisamente, la unidad viene dada —entre otros factores— por este singular modo de generar la discursividad de los poemas: el “yo lírico” habla acerca de sí mismo a partir de la mirada que le devuelve un “otro”. Mi “oscuridad” —diría este “yo”— proviene de la de “ella”. O, si se quiere, “el expósito” proviene de “la expósita”. La mirada del “otro”, en suma, deviene un pozo de sombra que —paradójicamente— ilumina al “yo”. Y decimos que lo ilumina ya que a lo largo del volumen se deja entrever un tránsito conmovedor: aquel que es capaz de llevar nuestra subjetividad —como lo supo advertir Santiago Kovadloff— del “dolor” al “sufrimiento”, entendiendo a este último, claro está, no como algo impuesto sino como algo a lo cual se accede. Diríase que el “yo” de estos poemas ha dejado de soñarse como “idéntico a sí mismo”. Es en esta desgarradura, entonces, donde los poemas de Cuaderno del expósito nacen y se reúnen. Es desde allí, por cierto, que será posible tematizar la condición del expósito para dar con “[…] la mirada / capaz de exorcizar / las mitologías de la sombra”. La notable precisión en lo compositivo a veces pasma. Leamos, por ejemplo, el siguiente poema titulado “Borde”: “Aquel rincón estaba al borde del patio / un patio que estaba al borde del hospicio / un hospicio que estaba al borde del pueblo / un pueblo que estaba al borde del mundo // Pero en ese rincón el expósito soñaba despierto / con un mundo sin bordes / donde alguien vendría a buscarlo / desde el borde de la nada”. Muchos de los más de veinte poemas que integran el libro —como el que acaba de transcribirse— carecen de una explícita puntuación. Y esto es así, parece sugerir David Lagmanovich, puesto que la inteligibilidad del lenguaje requiere de la puntuación del silencio significante que habilita y motoriza cualquier producción de sentido.
Cuaderno del expósito cuenta con una nota final que no puede no leerse. Se trata de cuatro párrafos luminosos que diversos lectores guardarán en sus respectivos cuadernos de bitácora. La última línea reza: “[…] la única verdad que vale la pena perseguir es la realidad de la poesía”.

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